Rumbos

Siento necesidad de compartir algunas reflexiones sobre el momento actual brasileño. En realidad, es más bien algo que necesito decir con relación a un cierto tipo de “militancia” política que me parece engañoso.

Tengo la impresión de que el espacio de lo que se llama la “gran” política (el estado, las instituciones, los bloques de poder) cambia muy poco, o no cambia nada, con relación a los segmentos sociales excluidos o subordinados.

Los gobiernos de Lula y el primer gobierno de Dilma Rousseff fueron, en mi apreciación, excepciones en este cuadro de rigidez. Se amplió la participación de una masa enorme que estaba marginalizada crónicamente, al borde de la sobrevivencia.

Se incorporó esa gente a la sociedad, lo cual es y será siempre un motivo de orgullo y distinción para Lula y el PT. Ahora bien, la reacción no sé si llamar de liberal, conservadora, derechista o fascista — tal el desdibujamiento de las posturas que se mezclan del lado antipopular y antidemocrático—a esta ruptura histórica con el modelo imperante, terminó desembocando en el golpe de estado de 2016, del cual es cría el actual gobierno.

Este retroceso atroz, que se caracteriza entre otras cosas, por flagrantes y constantes ataques a los derechos humanos, sociales y laborales, configura para mí, algo peor que una dictadura. Es un régimen más bien diría diabólico.

Rompe la sociedad, opone a las personas unas a las otras, deshace ese tejido mínimo de confianza y respeto sin el cual nos sumergimos en la barbarie. El cuadro actual es de barbarie. En este contexto, con un poder judicial y un legislativo alineados por convicción o inacción, con el actual estado de cosas, queda muy poco espacio para la sociabilidad sana.

Este espacio, sin embargo, es el que creo que cabe ocupar. Es el espacio de las relaciones cara a cara, las comunidades, los grupos por afinidad, empeñados en mantener el espíritu libre y respetuoso que está cercenado en la esfera pública.

Digo al comienzo de estas líneas, que hay algo de engañoso en cierta “militancia” que se presenta como opositora pero que en realidad le hace el caldo gordo al régimen dominante. Es la gente que discursa contra el gobierno y sus barbaridades, pero que no consigue ir más allá de un envenenamiento estéril. Esto es antiguo.

Hay también los y las radicales verbales, que atizan al pueblo para que salga a la calle, en busca de víctimas que serían mártires de una revolución que crearía nuevas formas de opresión. La solución a mi modo de ver, tiene más que ver con la vida cotidiana.

¿Qué es lo que se puede hacer en contextos opresivos, en los cuales la palabra fue secuestrada, tergiversada, vaciada, deshecha prácticamente, transformada en lazo para idiotas? La percepción, el sentimiento, buscan aire.

La conciencia se mueve inquieta, en busca de libertad, de creación, de proyección hacia los horizontes a los cuales estamos destinados y destinadas. Recuperar el espacio de le lectura, lectura de mundo y de nosotros mismos/as.

Revalorizar el mundo de las personas que trabajan, estudian, mantienen sus familias con recursos muchas veces escasos, pero mantienen valores firmes, principios éticos que son un verdadero bastión de resistencia a la actual disolución moral. No perder de vista la finitud de la vida y su valor incalculable.

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