Un país para todos

imagesLa vida da muchas vueltas. La situación que se está viviendo en Brasil, donde una presidenta honesta corre el riesgo de ser destituida sin que haya cometido ningún delito que justifique tamaña ruptura del orden institucional garantizado por la constitución, despierta en mí ecos de situaciones parecidas vividas en el pasado.

Así también, vienen a mí sensaciones y sentimientos, pensamientos, parecidos a los que tuve también a partir de esas situaciones del pasado que el presente llama de nuevo. Uno vuelve a involucrarse con las calles. Volver a la calle como un lugar donde se defienden los derechos sociales, los derechos de las mayorías, el orden constitucional.

Volver a mirar el país como una totalidad de la cual uno forma parte, no sólo físicamente, sino emocionalmente, integralmente. Un país es más que una nación. Es el lugar donde uno se plantó, donde echó raíces.

Estos días de crisis, de manifestaciones de la derecha fascista y de esa masa amorfa de la cual se nutre, plagada de prejuicios anticomunistas, antipetistas, antinegros, antiindios, antimujeres, antihomosexuales, a uno evidentemente lo ponen en pie de guerra.

Mis memorias vuelven a flote. Uno se vuelve a mezclar con personas que pertenecen a los distintos segmentos de esta ciudadanía diversa y plural que ha ido ganando aires de gente, lugar de gente, en buena medida gracias al trabajo de los gobiernos nacionales del PT.

Ciertamente, hay todo un laborioso trabajo colectivo que ha venido convergiendo en esta dirección de la construcción de un país para todos. La imagen de un país para todos. La construcción del SUS-Sistema Único de Salud, el movimiento antimanicomial, los movimientos de trabajadores rurales, que reivindican incansablemente tierra para trabajar.

Son quienes producen la comida que comemos, y no sólo no tienen tierra, sino que los matan sin piedad, como a los indos, a los negros, a los jóvenes pobres en las periferias urbanas, a las mujeres que enfrentan la cruel y criminal cultura machista.

Toda esta marea social, tiene mucha alegría, mucha energía, mucha disposición no sólo de apoyar al gobierno de Dima Rousseff, sino más aún, lo que es de lejos mucho más importante, seguir construyendo desde abajo y a muchas manos, una sociedad más justa, porque más respetuosa de las diferencias. Una sociedad capaz de crecer con los diferentes.

La diferencia es lo que nos caracteriza, a los humanos. Sin ella, somos masa. La masa no piensa. La masa es conducida por los dueños del poder, llevada de aquí para allá. Alguien le dice a la masa lo que pasa, alguien le dice a la masa lo que debe pensar, lo que debe sentir, lo que debe hacer. La masa es la negación del ser, la negación de la autenticidad, la negación de la autonomía.

Estos días de crisis, han puesto al desnudo una prensa partidista, claramente antipopular y antisocial, al servicio de la explotación y de la alienación. A ella se asocia, peligrosamente, el poder económico y financiero, las oligarquías partidarias, las iglesias fundamentalistas, un poder judicial acobardado, omiso y servil, y una policía federal peligrosamente autonomizada.

Este cuadro despierta la movilización popular a lo largo y a lo ancho de Brasil para fortalecer los lazos solidarios entre los distintos movimientos que luchan y trabajan por la preservación de la república más allá de lo jurídico, hacia lo social, lo comunitario, lo personal, lo propiamente humano.

Es necesario que nos demos las manos, fortaleciendo una visión, una imagen de país unificado, fuerte y en movimiento. Una pedagogía de la liberación, como la que elaboró y practicó Paulo Freire, en dirección a un ser humano autónomo, capaz de saber quién es y qué quiere.

Aquí es donde me permito ver la enorme fuerza potencial de colaboración en esta bella tarea colectiva (una “poesía social,” como dice el Papa Francisco al referirse a los movimientos sociales), de la Terapia Comunitaria Integrativa, un trabajo de base que se viene realizando en casi todo el territorio brasileño, por lo que tiene de creación de espacios de libertad y desalienación. Sumar, a partir de personas liberadas, que se expanden en colectivos menores, como ondas en el agua.

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